Por Juan Barrientos
Estimados Profesionales, es un placer reencontrarnos en esta columna. En esta nueva etapa seguimos acercándoles las miradas interpretativas de diversos artistas argentinos, en los distintos lenguajes y expresiones que tiene el arte.
En esta edición de RPNEWS-ONLINE tengo el honor de presentar a Daniel Mora con su trabajo sobre PICASSO.
Daniel es artista visual. Músico. Escritor. Nació el 4 de Diciembre de 1967. Egresado de la Escuela Nacional de Bellas Artes Prilidiano Pueyrredón (1990). Estudió escultura con Alejandro Sánchez Basso. Video-Arte, en el Instituto de Investigación y Promoción de Audiovisuales, Fotoperiodismo y Comunicación en la Universidad Nacional de General Sarmiento. Fue premiado en reiteradas veces, realizó exposiciones individuales y participó en innumerables exposiciones nacionales e internacionales. Su obra se encuentra en colecciones privadas del país y del exterior, y en el Museu de Arte Contemporânea de Salvador Do Bonfim, Bahia (Brasil). Actualmente trabaja en la Dirección General de Promoción del Desarrollo Cultural y Articulación con Instituciones Intermedias, en la Municipalidad de Malvinas Argentinas.Agradezco tener la posibilidad de seguir coordinando esta columna de “Arte Profesional” intentando enriquecer este espacio.
Picasso por Daniel Mora
Una de las maravillas del arte, es que tiene un halo premonitorio, se adelanta a su época, a veces siglos enteros. Hay infinidad de ejemplos. Leonardo Da Vinci es uno de ellos. Pero si en el Renacimiento los conocimientos que se plasmaban en las obras se “camuflaban” entre las figuras representadas, siempre conservaban una imagen
exterior que el espectador captaba como “entendible”. En una “Anunciación” un ángel es un ángel y se ve perfectamente la materialidad de su vestimenta. Lo mismo ocurre con la virgen que es visitada y con el paisaje que los cobija. “No hay mucho para explicar” –piensa el observador- y ese pensamiento ignora los complejos entramados geométricos que estructuran la composición, el sustento filosófico que aborda el tema de una manera determinada, y, en muchos casos, la profusa simbología esotérica, oculta para el profano.
Pero esa visión del mundo, en donde es vital mostrar la materialidad de los objetos, el dominio de la perspectiva y de la anatomía, que reinó por más de quinientos años, es, en el siglo XX donde cae definitivamente. Y uno de esos “destructores de la imagen” fue, indiscutiblemente, Pablo Picasso. Transformó esa “ventana hacia el mundo” que
se proponía incluso en el impresionismo, a una pintura de total experimentación, diseccionando sus naturalezas muertas hasta que se volvieran casi irreconocibles. En este período nos vamos a detener, en el llamado Cubismo analítico, que se desarrolló entre los años 1908 y 1911 aproximadamente, practicado también por el pintor francés
Georges Braque, caracterizado por conseguir el equilibrio estructural del cuadro, considerado éste como espacio en el que se ordenan las formas.
El Cubismo se opone a la vista parcial. Esta nueva pintura analítica busca una formulación arquitectónica ordenada y de naturaleza abstracta que valga como una visión total de los objetos, elaborada a partir de sus elementos constructivos. No se pretende engañar, sino transcribir al pie de la letra la realidad, fijándose la difícil tarea
de la “objetividad”. No pintar lo que se ve sino lo que se sabe. Aunque vea solo un lado del objeto, si sé que tiene otros, esos otros debo representarlos también.
La técnica del facetado fue uno de sus principales recursos: consiste en ofrecer una visión fragmentada por parcelas que se reúnen en el cuadro como en un todo. Picasso abordó el cubismo analítico y su desarrollo a partir de los planteamientos estéticos de Cézanne, de quien se hizo una gran exposición retrospectiva en el Salón
de Otoño de París en 1907. No cabe duda de que dicha exposición tuvo un gran impacto en las vanguardias parisinas y particularmente en Picasso. Cézanne había experimentado con las simplificaciones geométricas de las formas reduciendo todos los componentes de sus cuadros a cilindros, conos y cubos. En 1907 Picasso pinta “Las señoritas de Avignon”, la obra que dará origen al cubismo. En esta obra Picasso ya había renunciado a la perspectiva tradicional, a la visualización de las formas desde un punto de vista único, a subordinar la belleza clásica a la expresividad, y a buscar soluciones plásticas novedosas, en lo que concierne a la representación dimensional tomando también como referencia importante al arte antiguo y al africano.
Los cuerpos y objetos se dividen en planos, los objetos aparecen representados desde diferentes puntos de vista. El color por su parte, tiende al monocromatismo, con predominio de gamas ocres, marrones y grises verdosos. Obras, por tanto, que se apartan de los referentes naturalistas, buscando representar una imagen mental de la realidad, la información que tenemos de ella.
Ya dijimos que Picasso se propuso resolver el problema de cómo representar sobre el lienzo varias vistas de un mismo objeto simultáneamente. La ruptura de la perspectiva significaba que ya no había un punto de vista privilegiado (determinado por el pintor) sino que la importancia de la composición pasaba ahora por la relación entre los objetos dentro de la obra.
La Teoría de la Relatividad Especial formulada por Albert Einstein tuvo consecuencias demoledoras para la mecánica clásica y para el sentido común: acabó con la idea de un espacio y un tiempo absolutos, con la existencia de un sistema de referencia privilegiado y con la certeza de simultaneidad. Acabar con la perspectiva (que significaba fijar un sistema de referencia) era el equivalente pictórico a erradicar la idea de un espacio absoluto.
También dijimos que el arte suele adelantarse a su época, y si bien Einstein fue contemporáneo de Picasso, los descubrimientos y postulados científicos posteriores a ambos, superaron las concepciones científicas de principios del siglo XX, pero sin embargo, en mi opinión, enriquecieron las interpretaciones que hoy podemos vincular
con Picasso y su aventura artística. Al incorporar la cuarta dimensión: el tiempo (es decir, objetos vistos desde numerosos puntos de vista, por ende, desde espacios y tiempos distintos, pero que convergen en “un mismo instante” en la bidimensionalidad del cuadro), se abrieron posibilidades nunca antes accesibles desde la estética
pictórica. La idea de Multiverso (realidades alternativas que conviven en un mismo momento) podría ser sólo una de las lecturas que podemos incorporar a la propuesta cubista.
El espacio cósmico y el microespacio sub-atómico se encuentran representados en la totalidad del cuadro como universo organizado, y en los detalles que, interconectados, conforman una estética multidimensional que propuso un cambio de paradigma que mantiene hasta nuestros días el misterio insondable del arte: la exteriorización del misterio que somos.