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El sobreviviente que busca cumplir su sueño

Por el Lic. Martín Villagra

En este número de RPNews-Online, con motivo del Día Internacional de la Enfermería el 11 de mayo, deseamos compartir el testimonio y trayectoria de un comprometido profesional de esta actividad.

Soy Martín Villagra, licenciado en enfermería, trabajo desde hace 7 años en el Sanatorio Finochietto en el sector de internación general. Llegar a trabajar en este lugar me llevó un motón de años de sacrificio e inversión.

Esta historia arranca con una mentira piadosa que me hizo una amiga cuyo objetivo tenía que finalice mis estudios secundarios. La cual comencé a cursar en el turno noche, en una escuela de Hurlingham. Muchas de esas veces iba con mi hija Agustina de tres años. Con el apoyo de la familia, de amigos y el de mi esposa logré concretar esa mentira piadosa. La obtención del título secundario me abrió las puertas para dar mis primeros pasos en el rubro de Salud. Ingresé en forma temporaria a la Clínica del Sol como camillero de piso y cirugía. Fue ahí cuando decidí cursar la carrera de radiología en la Cruz Roja de Santos Lugares.

En una charla con quien era la Jefa del Departamento de Enfermería, la Lic. María Rosa López, quien me propuso seguir la carrera de Enfermería con previa evaluación de la familia, me inscribió en la Escuela de Enfermería Madre Deus que por motivos personales tuve que abandonar. Con el correr del tiempo me inscribió nuevamente en la escuela de Enfermería filial Saavedra y paralelamente seguía trabajando de camillero. Siendo camillero de cirugía había intervalos de tiempo libre. En ellos, siempre debajo de una camilla tenía mis apuntes. Esa camilla que fue mi gran compañera en los tiempos de estudio. Las cosas marchaban bien hasta rendir mi última materia para recibirme, fue en ese momento cuando puse en duda mi continuidad ya que mi hija más chica, Morena, estaba en estado de gravedad en la UTIP del Centro Gallego.

Por medio de una charla con mi esposa Cristina decidí que no iba a rendir la última materia ya que me sentía emocionalmente abatido. Fue ahí cuando la Lic. María Rosa me dice que fuera a rendir igual. Había un choque de emociones porque la última materia que me faltaba dar era Enfermería en Cuidados Pediátricos. En la mesa de examen me tocó como tema de lección oral: Bronquiolitis. Parecía que el destino me daba una mano porque Morena estaba internada por bronquiolitis. Logré así obtener el título de enfermero profesional y luego de obtener mi matrícula habilitante me pasaron al sector de enfermería en la Clínica del Sol. No hubiese podido lograr la carrera sin la ayuda económica y la compra de libros que me brindaba mi hermano Ramón. Me dediqué a la profesión y también le devolví un poco del tiempo que le había quitado a mi familia. Luego de 3 años de haber adquirido conocimiento y experiencia, un amigo, Osvaldo Palma, me llevó a una filial de la Universidad de La Plata para que me inscribiera e iniciara la licenciatura en enfermería. Luego de 2 años logré obtener mi título de Licenciado en Enfermería. Para mí, mi familia y mis amigos fue una emoción muy grande porque me había convertido en el primer universitario de la familia.

Luego de unos meses decidí dejar la institución que me cobijó durante años e inicié mi actividad profesional en el Sanatorio Finochietto. Al principio me costó adaptarme a los cambios tecnológicos que la institución tenía. Comencé a conocer colegas que me iban marcando el camino que tenía que seguir. Pensando en el futuro de mi familia y con el objetivo de fomentar la formación decidí dar inicio a un mayor desafío, me inscribí con el acompañamiento de mi padre, en la Universidad Nacional de José C. Paz en la carrera de abogacía. Todo marchaba a la perfección o como lo había planificado sin problemas hasta que apareció la pandemia por Covid-19. En el ambiente de Salud ya se mencionaba la posibilidad de enfrentar una pandemia ante la presencia de casos en Argentina, el Sanatorio decidió que el décimo piso tenía que ser exclusivo para estos pacientes. Yo lo tomé, no sólo como un desafío profesional sino también como un desafío personal. Porque iba ser parte de la historia de la Enfermería Argentina al enfrentar la primera pandemia en la era moderna sin tratamiento establecido.

Los cuidados que brindaba a los pacientes no solo estaban basados en los controles de signos vitales, administración de medicación y confort, sino que me interesaba brindarles una compañía y contención emocional. Desde mi punto de vista el virus vivía en una persona con responsabilidades, sentimientos y roles familiares. A pesar de tener un tiempo estipulado para permanecer en la habitación, trataba de aprovecharlo para escuchar al paciente. Luego de 7 meses de haber trabajado en el turno y colaborando en otros turnos me contagié de Covid-19.

Finalizando la jornada de trabajo el día de la Sanidad Argentina, comencé a sentirme de forma rara: dolores y sensaciones que jamás había experimentado. Me realicé el hisopado y me dió negativo pero la temperatura y la falta de aire me daban los indicios de que era un falso negativo. Al segundo día de no haber cesado la fiebre, la Directora de Enfermería del Sanatorio me aconseja internarme. Desde mi casa fui trasladado al Sanatorio por Juan Cabana, quien se ofreció de manera voluntaria y arriesgándose al contagio. Al segundo día de internación no solamente me atacaba el virus sino que me invadía la soledad y la tristeza de no poder ver a mi esposa y a mis tres hijas de las cuales había contagiado de coronavirus a mi esposa y a mi hija Milagros. Sentía que el mundo ideal que había soñado era derrumbado por un rival invisible y poderoso. Mi estado de salud empeoraba minuto a minuto.

Un día abrieron la puerta y me dijeron que me iban a trasladar a la terapia intensiva e intubarme. Antes de que me hicieran el procedimiento solicité hacer una llamada a mi esposa y le prometí que íbamos a volver a estar juntos, que no tenga miedo. Después de 28 largos días en ARM y vivir en un mundo imaginario, desperté. Al despertar tenía cánulas por todos lados y tenía una traqueostomía. A eso se sumaba la pérdida de 15 kilos de masa muscular e inmovilidad del brazo izquierdo y de la pierna derecha. Pero lo que más me afectaba era la soledad. Había días que podía ver a mi esposa. Cada vez que la veía me daba paz, tranquilidad y energía para seguir dando batalla.

Quiero destacar en este proceso a los médicos, a los enfermeros, a los kinesiólogos y al personal que muchas veces no es reconocido pero aportan su grano de arena, el cual es el personal de limpieza. Cada ingreso de las personas autorizadas me alegraba la vida. Y en su retirada mi alma, mi cuerpo y mi mente se envolvían en una soledad incomparable.
Luego de unos días me trasladan al Centro de rehabilitación del Parque, y allí en tiempo récord, me sacaron la traqueostomía, me sacaron las cánulas y comencé a pararme. El personal de ese establecimiento al igual que el del sanatorio me atendieron de manera maravillosa.

Luego de 27 días llegó la tan esperada noticia, volvía a casa. En el camino me agarró una angustia hermosa porque volvía a ver y abrazar a mi familia y amigos (algunos en forma virtual). En casa recibía tratamiento kinesiológico de una persona increíble que se llama Victoria. Hoy he recuperado mi vida en un alto porcentaje si bien al día de la fecha (08-05) sigo sin poder reintegrarme al trabajo por continuar en rehabilitación, si lo hice con mi carrera universitaria.

Por último los agradecimientos:

Agradezco a mi esposa por el amor incondicional, a mis hijas, a mi nieto Joaquín, a mi yerno Santiago, a mi amiga fiel Griselda, a mis padres, a mis hermanos y a mis amigos.

PD: nunca dejes de luchar por tus sueños.

Martín Villagra

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