Por Walter Worner
El Estado de Bienestar frente a los desafíos que plantean los cambios demográficos. La era del envejecimiento y la economía plateada. Tensiones, desafíos y oportunidades.
CONTEXTO
La sentencia de Emmanuel Macron sobre el fin de la era de la abundancia para los occidentales me indujo a cambiar el tema sobre el que estaba trabajando, y a reflotar comentarios que escribí hace unos años sobre longevidad y otros cambios demográficos, sociales, económicos y políticos y su impacto sobre los sistemas de seguridad social. Temas sobre los que se viene hablando y escribiendo cada vez más. Y el rol de la industria de los seguros de personas, Vida, Retiro, Salud en particular en este contexto.
Es auspicioso saber que podemos vivir más, y aspiramos a hacerlo de la mejor forma posible.
No se trata tan solo de la extensión de nuestro ciclo vital, sino también de cuestiones de salud, lucidez y bienestar emocional. Y de hasta cuándo queremos, podemos o debemos trabajar. La edad cronológica y la categoría cada vez más imprecisa de ‘personas mayores’, ‘seniors’, ‘ancianos’, versus la edad biológica y la autopercibida, a la que también habría que agregar la ‘social’.
Una aspiración básica es la de mantener la calidad de vida que hayamos logrado alcanzar al momento del retiro de la vida laboral remunerada, lo que en el plano económico requiere de una planificación adecuada.
Los datos y proyecciones sobre los que trabajan demógrafos y especialistas de otras disciplinas y nuestras expectativas frente a una sobrevida probable más extendida plantean desafíos trascendentes. La mayor longevidad y la caída de la tasa de natalidad, el incremento de la tasa de dependencia y ciertas características estructurales del mercado de trabajo, son tendencias generalizadas que implican y demandarán un gasto creciente en atención de la salud y en jubilaciones y pensiones, entre otras necesidades de financiamiento. Estas realidades condicionarán los sistemas de seguridad social, determinarán el ‘diseño’ de los seguros privados complementarios que estén orientados a cubrir necesidades de protección y ahorro y, por supuesto, nuestras vidas y las de las generaciones futuras.
Es evidente que quienes tienen la responsabilidad de diseñar e implementar políticas públicas, y quienes desde el sector privado pueden y deben contribuir con soluciones complementarias, deberemos incorporar los efectos de estos cambios demográficos en el diseño de escenarios probables y las respuestas a los mismos.
Por supuesto que cuando consideramos tendencias y el largo plazo vinculados con cuestiones demográficas, nuestro horizonte de preocupación y planeamiento se extiende, como mínimo, a nuestros hijos y nietos.
Antes de continuar, una aclaración. Este comentario no tiene pretensiones de análisis, sino simplemente contiene algunas reflexiones y una enumeración de una serie de factores que tienen y tendrán un impacto global con mayor o menor intensidad regional y local.
DEMOGRAFÍA
La demografía es la rama del conocimiento que trata de las poblaciones humanas, en especial del análisis estadístico de los nacimientos, defunciones, migraciones, enfermedades, etc., que ilustra sobre la condición de vida en las comunidades.
Se habla cada vez con mayor frecuencia del envejecimiento de la población y sus consecuencias actuales y futuras sobre la economía, los sistemas sociales, las estructuras familiares y la política. Y en lo que a nosotros concierne en forma directa, sobre los sistemas de seguridad social y los planes privados de pensiones y seguros, en relación con el impacto que produce sobre los individuos y sus familias, y en el ámbito de las empresas y otras
instituciones.
Simplemente como datos del corrimiento de la frontera biológica -que hasta hace poco se estimaba en 125 años-, en abril de este año se conoció el fallecimiento de la japonesa Kane Tanaka, a los 119 años y 107 días de edad, quien hasta entonces era considerada la persona viva más longeva del planeta. Pero el récord lo mantiene la francesa Jeanne Louise Calment, quien falleció en 1997, a los 122 años y 164 días. Hay una monja francesa, Lucile Randon que, con 118 años y después de la muerte de Tanaka, es la persona más ‘vieja’ del mundo, aunque también hay registro de una mexicana, María Concepción Santos, de 119 años y 107 días (al 30 de agosto de 2022). En junio se conoció el fallecimiento de quien era considerada la persona más longeva de nuestro país: Casilda Benegas, paraguaya radicada en la Argentina desde 1945, quien había festejado su cumpleaños 115, después de haber superado la enfermedad de Covid-19 en diciembre de 2020. Estos días también circuló por las redes un video de 12
hermanos longevos de Canarias (comunidad autónoma de España) que ingresaron al Guinness World Records por ser longevos y seguir todos con vida y, por lo que se puede apreciar y considerando sus edades, en buen estado físico, cuyas edades oscilan entre los 113 y los 90 años. También se habla cada vez más de las ‘blue zones’, en las que se registran los más altos índices de longevidad como, por ejemplo, el pueblo de Bivongi, en la Calabria, la isla de Okinawa (Japón), Nicoya (Costa Rica), por citar sólo algunos.
Este proceso de envejecimiento es, indudablemente, uno de los cambios más trascendentes que haya experimentado la humanidad. La edad media de la población mundial es de 28 años.
En 2050 llegará a los 38 años; en Europa será de 47 años, en China de 45 y en América del Norte y Asia, alrededor de 41.
Para 2050 se estima que el número de personas (adultos mayores) de más de 60 años llegará a 2.000 millones, un 22% de la población mundial (9,2 mil millones de habitantes).
Por primera vez en la historia de la humanidad el número de personas de más de 65 años superará al de niños menores de 5 años. En 1950 constituían el 8%; el 11% en 2007.
En nuestro país los adultos mayores representan el 14% de la población, de los que un millón (2,5%) conforman el grupo de mayores de 80 años que, además, registra el mayor incremento (32% en una década, el triple que el resto; 7 de cada 10 son mujeres). Se estima que son cerca de 7 millones los mayores de 60 años; eran 6 millones en 2010. CABA es el distrito más envejecido del país. Habrá que ir actualizando estos indicadores con las últimas estadísticas
disponibles.
IMPACTO
No hay duda de que la prolongación de la vida presenta nuevos desafíos vinculados, entre otros aspectos, con los gastos relacionados con la edad y las fuentes de financiamiento de los sistemas de salud y de las jubilaciones y pensiones, con necesidades de atención médica y cuidados y el pago de beneficios por plazos más extendidos.
Además -y esto ya es una realidad apremiante en muchos de los países más desarrollados-, se verifica un fuerte incremento de la tasa de dependencia, sobre todo de la población de adultos mayores, que es la que más crece en casi todos esos países. La tasa de dependencia se define como el número de personas viejas o muy jóvenes en relación con la población económicamente activa -personas de entre 15 y, por ahora, 64 años de edad-. En definitiva, cada vez hay menos personas en actividad para sostener a un número creciente de jubilados y
pensionados (y niños, predominantemente en los países en desarrollo).
Está claro que muchas de las premisas sobre las que se estructuraron los programas de seguridad social ya han cambiado y lo seguirán haciendo. Cuando Otto von Bismarck (1815- 1898) creó, en 1881, el sistema de seguridad social la expectativa de vida era de 43 años.
Uno de los principales desafíos que se presentan, particularmente en los países occidentales, es cómo se va a pagar la cuenta a medida que decrece la participación (por disminución del número o porque aumenta más despacio que los dependientes en la pirámide poblacional) de los jóvenes que contribuyen al sostenimiento de las jubilaciones y pensiones y el sistema de salud, si son más los que necesitan de los aportes que quienes pueden generar los recursos para financiar los beneficios. En algunos países no va a haber niños en cantidad suficiente para que crezcan y se conviertan en los trabajadores y empleados que sostendrán a la población anciana que aumenta con rapidez. Presión sobre las finanzas públicas, además de ‘cuestionamientos ideológicos’.
También hay que considerar una tasa de fecundidad baja o decreciente igual o por debajo de la llamada tasa de reemplazo, equivalente a 2,1 hijos por mujer. Algunas de las causas de una menor fecundidad son, por ejemplo, que probablemente con la introducción de la seguridad social y los sistemas de seguros, disminuyeron los beneficios de tener muchos hijos para recibir alguna ayuda. También el costo futuro creciente de la educación y mantenimiento de los hijos actúa como condicionante, así como la incorporación de la mujer al mercado laboral y el
desarrollo de su carrera profesional, el uso de métodos anticonceptivos y de planificación familiar, entre otras causas.
Por otro lado, también hay que considerar reducciones en las tasas de mortalidad infantil.
En cuanto a la esperanza de vida al nacer, la Argentina se encuentra entre los países de América Latina con mejores proyecciones en este indicador, directamente vinculado con las condiciones socioeconómicas.
De acuerdo con la CEPAL (Anuario Estadístico de América Latina y el Caribe 2011), 80 años para las mujeres, 72,5 para los hombres (período 2010-2015); 81,6 y 74,1 respectivamente para el período 2020-2025; 82,9 y 75,4 (2030 2035). De este grupo de países, sólo Chile, Uruguay y Costa Rica superan estas expectativas. Datos elocuentes: En 1883 la expectativa de vida en la Argentina era de 32,9 años; en 1905, 40; en 1914, 48,5; actualmente, 76,3 (82 las mujeres, 75 los hombres).
Más allá de diferencias sustanciales entre países de la región en cuanto a expectativa de vida y mortalidad infantil, la expectativa de vida de un latinoamericano o caribeño pasó de 29 años en 1900 a 74 años en 2010 (Organización Panamericana de la Salud).
LO QUE YA ES Y LO QUE VIENE
Algunas consideraciones finales:
-Deberemos convivir con mayores niveles de incertidumbre que las generaciones precedentes y nuevas formas de conflicto, por lo menos desde la adopción de los sistemas de seguridad social modernos. Vivimos en un mundo volátil, incierto, complejo y ambiguo (VUCA, sus siglas en inglés), una era en la que la velocidad y la aceleración del cambio son exponenciales, superando incluso nuestra capacidad de adaptación.
-Aspiramos a vivir más y mejor que nuestros abuelos y que nuestros padres, pero tenemos una menor propensión al ahorro (cultura del endeudamiento); habrá que modificar hábitos y ajustar consumos y estilos de vida.
-Cada vez más personas deberán ahorrar más para la vejez, recibirán menos del Estado cuando se jubilen en relación con lo que percibían (y aportaron) cuando trabajaban, y descubrirán que el valor de sus planes de pensión que ellos mismos fondearon se reduce o no aumenta lo suficiente para compensar los efectos de la inflación.
-Habrá que darle importancia a la educación financiera e inducir un mejor equilibrio entre el deseo de consumir y la necesidad de ahorrar.
-Seguramente deberemos trabajar más tiempo para jubilarnos (esta situación también generará tensiones por disminución de las posibilidades de empleo para los jóvenes).
En muchos casos, los beneficios del sistema público son insuficientes para lograr una tasa de sustitución razonable (mínimo: 60-70%), lo que determina la necesidad de ahorrar y de empezar lo antes posible- más allá de los aportes compulsivos al sistema de seguridad social.
Decimos que, en general, la gente vive más que lo que ‘duran’ sus ahorros.
-Es imposible, desde los puntos de vista demográfico, técnico y financiero, prometer tasas de sustitución razonables para todos los beneficiarios, cuando la base de sostenimiento del sistema se comprime, es decir que se deteriora la relación aportantes/beneficiarios; los ajustes
-elevación de la edad legal para jubilarse, por ejemplo- son ineludibles. Esta situación
generará nuevas formas de conflicto (es creciente el número de indignados que, entre otras
cuestiones -algunas todavía no explícitas-, se oponen al desmantelamiento del estado de
bienestar a partir de la suba de la edad de jubilación, con episodios críticos en varios países).
-Si la mujer tiene una mayor expectativa de vida que el hombre (de alrededor de 7 años en nuestro país), técnica y financieramente es complicado sostener una edad legal de adquisición del derecho a la jubilación 5 años antes (60 contra 65) que el hombre.
-Las próximas generaciones de trabajadores tendrán que pagar más, no sólo para su propia jubilación, sino también para cubrir las necesidades de los jubilados actuales. Y en muchos casos terminarán pagando más durante su vida laboral de lo que podrán esperar recibir cuando se jubilen.
-Habrá que esperar mayores gastos y deuda públicos. Será (ES) necesario reducir la informalidad laboral.
-En cuanto a la estructura social, el incremento relativo de personas de edad avanzada -la cúspide de la pirámide poblacional- se da, además, con una reducción progresiva del grupo de quienes deberán estar en condiciones de sostener esa dependencia.
-También hay que considerar algunos cambios importantes en las estructuras familiares, que en general van reduciendo su tamaño. En otras épocas convivían ‘bajo un mismo techo’ dos o más generaciones, lo que permitía amortiguar contingencias tales como una pérdida temporal del empleo, una enfermedad prolongada, una muerte prematura, el cuidado de ancianos, entre otras.
-Habrá que darles un uso más racional y eficiente a los recursos disponibles, sobre todo energía y producción de alimentos, considerando además el impacto ambiental.
-Muchos jóvenes se verán superados por la responsabilidad de tener que sostener no sólo a sus hijos dependientes sino también a sus padres, sobre todo por los altos costos del cuidado y atención de los mayores (necesidad creciente de coberturas long-term care -cuidados prolongados-). Más allá de los avances de la ciencia y la convergencia de tecnologías exponenciales aplicadas a la salud, con la extensión de la vida también habrá que enfrentar enfermedades que se manifiestan en edades avanzadas, algunas que devienen en un deterioro cognitivo serio (en general, Alzheimer) y otras enfermedades neurodegenerativas (que son las de mayor riesgo entre los 70 y los 80 años).
-Dos sectores que seguramente tendrán un desarrollo considerable: el de los acompañantes de salud y el de las viviendas asistidas, residencias para ancianos (deberíamos desterrar la expresión ‘geriátricos’ y el uso peyorativo que hacemos de la palabra ‘viejo’). Y también servicios orientados a paliar un problema creciente: el de la soledad, con propuestas como, por ejemplo, los servicios de acompañamiento para ‘caminar y hablar’. Y la industria de
bienestar, la inducción de hábitos saludables. Y todo tipo de iniciativas para el desarrollo de las potencialidades de una población que ya no encaja en el estereotipo de ‘viejo’. ‘adulto mayor’, ‘tercera edad’ o algunas otras denominaciones con connotaciones negativas. Estamos transitando hacia una verdadera ‘revolución senior’. Desde el punto de vista del consumo y la publicidad, además, un segmento creciente y hasta hace poco olvidado que concita cada vez mayor atención. “Marketing Estratégico para la Tercera Edad”, el título de un libro que compré en 1993 y que volví a leer recientemente…
-Preocupación creciente por la probabilidad de tener que depender de uno mismo en la vejez; necesidad de acostumbrarse a vivir solos en la vejez.
-Otra probable fuente de conflictos en el ámbito familiar es la competencia entre los jóvenes y los viejos por los recursos y los estilos de vida. Es posible que la riqueza de los padres se agote con el financiamiento de la longevidad y los cuidados de la vejez en lugar de pasar a los hijos y otros herederos forzosos en calidad de herencia. Se hablará cada vez más de viviendas asistidas, hipoteca revertida (o inversa), etc.
-Mayor responsabilidad por los segmentos de la población no alcanzados, o no suficientemente cubiertos, por los programas de protección social.
-Otro capítulo insoslayable: las migraciones -migrantes climáticos y por razones
políticas/sociales- y sus consecuencias económicas, sociales y políticas en el país de acogida. La competencia por la atracción de mano de obra calificada. Hace unos años, por ejemplo, la ahora excanciller alemana manifestó que era necesario incorporar unos 500 mil inmigrantes por año a la fuerza laboral de su país para poder sostener el ritmo de crecimiento de la economía.
-La búsqueda de un cambio en el estilo de vida, lo que postpandemia se ha denominado ´la gran renuncia’ y ahora también ‘abandono silencioso’ (disminución de la motivación y del compromiso con el trabajo), fenómeno que sin duda tendrá un impacto en el mercado laboral y en todas las dimensiones de la vida. La ‘sociedad del cansancio’, según Byung-Chul Han.
Corresponde a nuestro sector desarrollar y promover planes que permitan sistematizar el ahorro para alcanzar el objetivo de, cuanto menos, mantener la calidad de vida que el asegurado haya logrado alcanzar al momento del retiro. Además de planes complementarios de seguros de salud, comprendiendo la cobertura de gastos vinculados con la atención de personas mayores y la atención de quienes tienen limitada su capacidad de desplazamiento y otras pérdidas funcionales definitivas.
Los desafíos son enormes, las posibilidades también. Y en este escenario es fundamental el aporte de los productores asesores en la difusión de conciencia aseguradora, el diseño de programas de protección y ahorro a la medida de las necesidades, aspiraciones y posibilidades de cada individuo y su familia, y en influir para la toma de decisiones oportunas.
Todo para que, además del aumento de la expectativa de vida, también logremos un aumento efectivo de la expectativa de salud y bienestar.
Walter Wörner
Coordinador del Programa Ejecutivo de Seguros de Personas AVIRA-UCA
Gerente de Desarrollo Comercial y Formación de Beneficio S.A. Compañía de Seguros
Docente de AAPAS
Por Walter Worner