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No es cuestión de tamaño, es cuestión de madurez

Por Juan Carlos Valda

Durante mucho tiempo se nos enseñó a clasificar a las empresas por su tamaño: micro, pequeña, mediana o grande. Como si ese dato dijera todo lo que hay que saber. Pero lo cierto es que ese enfoque, aunque puede ser útil en lo legal o impositivo, dice muy poco sobre cómo funciona de verdad una empresa.

Hoy sabemos que el verdadero diferencial no está en la cantidad de empleados ni en el volumen de facturación, sino en cuán madura está una organización. Y cuando hablamos de madurez, no hablamos de antigüedad ni de tener manuales encuadernados. Hablamos de otra cosa.

Te aseguro que conozco empresas chiquitas, con 10 o 15 personas, que están muy bien organizadas, donde las cosas fluyen, donde el dueño puede irse unos días y la rueda sigue girando. Y también he visto empresas medianas o grandes, con más de 100 empleados, que son un verdadero descontrol. Donde nadie sabe bien quién decide qué, los procesos cambian todo el tiempo y cada área tira para su lado.

Hablamos, entonces, de qué tan claro está quién cumple qué función, con qué autoridad y responsabilidad.

De si hay criterios compartidos para tomar decisiones. De si la empresa puede seguir funcionando, aunque el dueño no esté todo el tiempo supervisando. De si la información fluye con claridad. De si los procesos son ordenados y predecibles. De si la estructura acompaña los objetivos.

En definitiva: de si hay una forma inteligente de gestionar el negocio.

¿Y cómo sé si mi empresa es madura?

No hace falta un test complicado. Basta con mirar algunas señales concretas. Por ejemplo:
- ¿Todo pasa por vos?
- ¿Tu equipo necesita que les digas qué hacer en cada momento?
- ¿Las decisiones se toman más por urgencia que por análisis?
- ¿Las reuniones son largas y poco productivas?
- ¿Faltan espacios de diálogo entre áreas?

Si varias de estas cosas suceden en tu empresa, lo más probable es que estés más cerca de una estructura dependiente que de una madura. Y eso no tiene que ver con cuántos años tiene tu negocio ni con cuántas personas trabajan en él.

He conocido empresas de diez personas con un nivel de organización admirable, donde todo está claro y cada uno sabe lo que tiene que hacer. Y también empresas con más de cien empleados que viven en el caos, porque no hay reglas claras, cada uno hace lo que puede y las decisiones se toman sobre la marcha.

¿Por qué es tan importante alcanzar madurez?

Porque una empresa madura no solamente funciona mejor: también te permite vivir mejor.

Cuando tu empresa depende menos de vos para cada paso que se da, podés empezar a salir del modo “control permanente” y pasar al modo “dirección estratégica”.

Eso te da más tiempo para pensar, para planificar, para construir futuro. Y también te da más tranquilidad. Porque sabés que, si te tomás unos días o te enfocas en otra cosa, la empresa sigue funcionando.

Además, una empresa madura es más atractiva para socios, para nuevos talentos y hasta para el mercado. No hay nada más valioso que una empresa que no depende de una sola persona para seguir adelante.

¿Cómo se empieza?

Esto no ocurre de un día para el otro. Pero sí empieza con una decisión: la de salir del lugar de “yo me ocupo de todo” y pasar a un modelo donde el conocimiento se comparte, las decisiones se profesionalizan y cada persona sabe qué lugar ocupa en el engranaje.

Es necesario establecer reglas claras, definir roles y responsabilidades, ordenar procesos, generar espacios de coordinación y, sobre todo, construir confianza. Porque delegar no es soltar al azar: es formar, acompañar y luego permitir que el otro actúe.

Más allá del tamaño

Por eso, insistimos: dejemos de hablar solo del tamaño de la empresa. Una empresa no es más o menos seria por tener más o menos empleados. La seriedad, el compromiso y la visión se miden por cómo se trabaja, no por la planilla de personal.

En un mundo cada vez más exigente y dinámico, la madurez organizacional es la verdadera ventaja competitiva. Porque una empresa madura es más adaptable, más ordenada, más eficiente… y más sostenible en el tiempo.

Y sobre todo, permite que el empresario no viva prisionero de su propio negocio. Que pueda tomar distancia sin perder el control. Que pueda disfrutar del crecimiento sin que eso implique más peso sobre sus hombros.

En resumen

La madurez no tiene que ver con el tamaño. Tiene que ver con la forma de trabajar. Con cómo se toman las decisiones. Con qué tan bien preparado está el equipo. Con si la empresa está pensada para sostenerse en el tiempo, más allá de quien la fundó. Con el hecho de que exista un proyecto claro y que todos lo conozcan y cumplan su rol de manera responsable.

Si te reconoces en esta idea, quizás sea momento de dejar de correr y empezar a construir. No se trata de tener más… se trata de hacerlo mejor.

Para contactar a Juan Carlos e implementar estos conceptos en tu empresa, escribirle a jcvalda@grandespymes.com.ar

Por Juan Carlos Valda

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