Por Isabel C. Montes Vélez
Soy Lucho, un perrito mestizo y mediano, o eso es lo que mi humana dice orgullosamente a quienes me saludan por la calle. Ella habla de números y dice que tengo 12 años. Ignoro qué significa eso pero me encanta cuando la gente le dice que soy muy simpático y que parezco más joven. Mi humana y yo tenemos poco tiempo juntos, ya que ella me rescató de la calle cuando yo ya tenía este tamaño y corría ágilmente detrás de motos, autos y todo lo que se moviera. Pero desde hace tiempo tengo dolor en mis patitas traseras, tanto así que me cuesta levantarme solo y hasta he ensuciado una de mis camas, sin querer. Mi humana está muy preocupada porque no he comido como solía hacerlo y ya no me acerco a mi recipiente con agua.
Hace unos días, no quise salir de mi cama de siesta nocturna, tenía mis orejitas gachas y ojos entrecerrados por dolor en el cuerpo. Mi humana fue a darme los Buenos días y, al verme así, se puso muy nerviosa. Como pudo, me colocó mi abrigo favorito (aunque no sea invierno aún) porque dice que los días están más frescos y me dio un besito en la cabeza. Yo acepto que me vista a pesar de sentir punzadas en mis caderas porque sé que esa tela va a calentar hasta mi colita. Una vez los dos estuvimos listos, me llevó en taxi al sitio que me agrada apenas entro porque me reciben con galletitas y del cual quiero salir corriendo inmediatamente cuando veo que la señora amable (con ropa de un solo tono) me levanta y sé que me subirá a esa mesa metálica y fría.
Esa vez la veterinaria (así la llama mi humana), quiso revisarme en el suelo y mis ojos se abrieron mucho cuando me tocó en las zonas en donde me dolía. No la mordí porque sé que estaba ahí para sentirme mejor luego, y ella le dijo a la humana que tenía la sospecha de que mis caderas estaban artrósicas. No entendí nada, pero los ojos de mi humana se encharcaron. En ese instante entendió que no por el hecho de hacer nuestras caminatas regulares y no chillar o llorar, significaba que estuviera libre de dolor. Éste me estaba acompañando de forma permanente y yo, como soy un perrito muy valiente, lo soportaba como podía para que la humana no se preocupara y así no cambiar nuestras rutinas.
Me metieron en una sala oscura, con una máquina grande, y me acostaron en una mesa menos fría que a donde me suben habitualmente. Una vez estiraron mis patitas adoloridas, me dejaron inmóvil para que la máquina hiciera un ¡Bip! un poco molesto. Luego de ello, me dieron premios ricos y volví con mi humana, quien me abrazaba con ternura. La veterinaria le explicó que sus sospechas eran ciertas: tenía artrosis de cadera, una condición degenerativa en donde el cartílago de las articulaciones se desgasta, hay dolor 24/7 y rigidez de la zona afectada. Yo sólo repito lo que ella dijo porque no entendí nada. Yo estaba relativamente tranquilo (aunque con dolor) porque me daban premios mientras la veterinaria y mi humana conversaban.
Como vivimos en Provincia, la veterinaria recomendó a la humana contactar a otra doctora en la capital pero especialista en rehabilitación, para que a través del aparato plegable que ella usa en casa, pudieran verme, revisar cuáles otras articulaciones dolían y conversar sobre las tareas para fortalecer mis músculos y reducir mi dolor. Pero no me fui sólo con premios, no. La veterinaria me colocó un líquido con algo que atravesó mi piel, diciendo que era para reducir el dolor que tenía. Al llegar a casa, admito que movía más mis patitas y estaba ligero, más aliviado.
Mi humana agradeció mucho poder contar con la asesoría de la veterinaria de la mesa fría y ahora espera con ansias la cita con la doctora lejana a través del aparatito que suena cuando ella está en frente de él, para conocernos y sentirme mejor. Repito lo que dice mi tutora: ¡la tecnología acerca corazones y salva vidas también!
Este relato de Lucho es un excelente ejemplo de cómo la alianza entre colegas de diferentes áreas de trabajo puede ser maravillosa para tratar pacientes, incluso no estando en la misma ciudad. La tecnología ahora es un puente para llegar a tutores preocupados por sus consentidos, que se ven imposibilitados para trasladarlos a clínicas veterinarias o que habitan en zonas desprovistas de atención especializada.
Por otra parte, cabe recalcar el control anual que todos los peludos gatunos y perrunos deben tener luego de los seis años de edad, que incluye una revisión clínica por parte del médico veterinario, exámenes básicos de sangre, ecografía abdominal y radiografía de tórax para ver si el corazón presenta cambios de tamaño o de forma, entre otros aspectos. Muchos peluditos como Lucho pueden estar con dolor en sus cuerpos y gran parte de sus conductas y posturas para lidiar con ellos pasan desapercibidas. Para los perritos y gatitos considerados abuelos o Senior, una revisión exhaustiva del andar, posturas, evaluación de los músculos, ligamentos y tendones con un kinesiólogo, permitirá abordar de forma eficiente cualquier patología que se esté instaurando o que ya se encuentre desde hace mucho tiempo en ellos. Así mismo, una evaluación kinesiológica, ayudará a prevenir lesiones por mala compensación del peso o posturas viciosas producto de molestias.
Nuestros abuelitos peludos merecen tanta atención y cuidados como los humanos y es nuestro deber brindarles las comodidades para que vivan sus años mozos de forma tranquila y con el menor dolor posible.
Por Isabel C. Montes Vélez