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La jubilación en un médico de hospital

Por el Dr. Roberto M. Cataldi Amatrian

Luego de una ausencia impuesta por una patología benigna, ocho horas de quirófano y una cadena de contrariedades de distinto orden todavía en curso, retomo este espacio de reflexión y crítica, porque sé que el Blog tiene sus lectores.
Agradezco de corazón las muestras de afecto que recibí en esta etapa y lamento no haber respondido a todos en tiempo y forma.

En esta oportunidad me referiré a la jubilación, que implica acogerse a un merecido descanso hasta el final de la existencia, luego de una vida de trabajo y aportes económicos al sistema previsional. El que se jubila es porque ya ha dado todo lo que tenía que dar en la esfera laboral, pues, llegó a una edad avanzada y entró en la vejez. A partir de ese momento, dramático para algunos, la vida da un vuelco, un giro de campana. Pero lo cierto es que muchos ansían alcanzar la jubilación para alejarse de un trabajo que no les producía satisfacción y poder sentirse liberados de esa carga. Desde hace tiempo se sabe que en el mundo la gran mayoría de los trabajadores tienen empleos que no les agrada, por eso considero que trabajar en lo que a uno le gusta es una verdadera bendición. Sin embargo en estos días, millones de franceses se revelan con indignación en las calles de París contra Macron por la edad jubilatoria, que pasaría de 62 a 64 años. Los trabajadores galos sostienen que la medida es una pérdida de sus derechos y se preguntan qué otras medidas vendrán después.

En la Argentina, por razones electoralistas, una inmensa cantidad de gente se jubiló sin haber nunca trabajado ni hacer los aportes correspondientes (en vez de recibir una pensión social acorde), esgrimiendo el paradigma de la igualdad social, más allá de las jubilaciones de privilegio, algunas escandalosas, al margen de la moral y la ética.

Lo curioso es que aquí si no te jubilás te jubilan, como a mí me sucedió. Recuerdo que todos mis maestros, a los que la profesión hoy venera con justicia, tal vez porque están muertos, se jubilaron sin que se les permitiese prolongar la edad jubilatoria y, además nunca retornaron al hospital donde habían hecho verdadera escuela. He comprobado que en mi profesión, la jubilación de los médicos de hospital con real vocación por esa tarea humanitaria termina siendo para no pocos una suerte de muerte civil o de obsolescencia humana programada. En el caso de los que fueron jefes de servicio o de departamento (yo ocupé los dos cargos) un manto de olvido se extiende rápidamente sobre el poder que una vez tuvieron, también se extingue el interés que mostraban los laboratorios de productos
medicinales por quedar bien con el jefe. El panorama resulta tan patético, que ni siquiera se invita al jubilado, que suele tener más experiencia que los que quedan en actividad, a integrarse en una tarea como la de consultor, cuyo aporte sería de valor.

La ley exige que el médico, como cualquier otro trabajador del país, se jubile a los 65 años, inexorablemente, sin embargo el ex juez de la Corte Suprema Carlos Fayt, renunció a su cargo por motivos políticos a los 97 años sin que pudiera demostrarse mal desempeño ni que tuviera alterada su salud mental… Cuando era chico oía decir a mi abuela que en este mundo siempre hay hijos y entenados.

En mi caso había acordado con las autoridades que seguiría concurriendo al hospital, ya que continuaba como director del programa de residencia en medicina interna (una de las residencias que fundé y puse en marcha) y, además allí tenía mi cátedra de grado, pero una mañana noté que habían cambiado la cerradura de la puerta de mi oficina, cuya gran superficie era de 4,5 m2. Esta situación se hubiese evitado si quienes lo hicieron arteramente hubieran tenido el coraje de llamarme para comunicarme que no debía concurrir más al hospital, como lo hicieron con algunas figuras insignes con cuyo nombre hoy se designan instituciones y plazas públicas. Desde ya que hacía un tiempo barruntaba un clima enrarecido con respecto a mi persona, porque siempre me dediqué de lleno al trabajo y evité participar de internas o componendas que nada tenían que ver con mi tarea. La residencia médica sucumbió y los alumnos con autorización del decano fueron ese año a mi fundación a recibir clases y a otro hospital a realizar las prácticas. Esa es la historia, punto.

En lo que atañe a la asignación de la suma jubilatoria mensual, por ley se omiten un sinnúmero de aportes a distintas cajas previsionales (aportes injustamente perdidos), pues, en mi caso llegué a aportar a 3 ó 4 cajas simultáneamente, pero únicamente se consideran los aportes de los últimos 10 años de una sola caja. De
allí que a menudo la jubilación sea totalmente insuficiente para cubrir las necesidades básicas, en el contexto de un país donde la gran mayoría hace piruetas para llegar a fin de mes, se asfixia al ciudadano de a pie por la enorme presión tributaria, y donde la inflación bate récord, las regulaciones son antojadizas y la corrupción es estructural.

Hace un tiempo, una joven descerebrada proponía en las redes sociales que el Estado terminase con el pago a los jubilados y ese dinero se lo diese a la masa de jóvenes desocupados… La ignorancia en ciertos sectores de nuestra sociedad es tan grande que mucha gente no sabe de dónde provienen los dineros públicos que maneja el Estado.

A muchos de mis colegas les queda el recuerdo de 40 años o más de vida en el hospital, y a lo sumo se refugian en su consultorio particular, aunque en el imaginario colectivo aparezcan en el banco de la plaza dándole de comer a las palomas.

Yo no vivo en las redes sociales ni tampoco de ellas, pero de tanto en tanto aparezco para dar “fe de vida”. Lo que sucede es que Occidente tiene un serio problema con los viejos, no sabe qué hacer con ellos, tampoco sabe qué hacer con los jóvenes.

El problema, según mi opinión, está en aquellos que luego de jubilarse no saben cómo disponer de su tiempo libre, y descubren que el empleo era lo que le daba sentido a su vida. Algunos logran reinventarse y les va bien, pues son fuertes de espíritu y alimentan el diálogo interior, donde la autocrítica denota salud mental.

Hoy gracias al avance científico y tecnológico la expectativa de vida se ha incrementado en décadas, aparecen los que proponen como meta llegar a los 120 años, y otros ponen la vara en los 150 años. También están los inmortalistas y los que optan por la criogenización del cuerpo o del cerebro.

Toda la filosofía griega gira en torno al concepto: “nada en exceso”. Por otra parte, tengo en claro que en la vida todo tiene sus límites. En efecto, yo a los 50 años podía ser simultáneamente jefe de internación de dos servicios en hospitales diferentes (uno a la mañana y otro a la tarde), dirigiendo sus respectivas residencias y dando clases a los alumnos de tres universidades. Entonces arrancaba la actividad laboral a las 7 de la mañana y la prolongaba unas 12 o más horas. Hoy mi condición física, pese a ser buena para la edad, no me lo permitiría, aunque si mi capacidad intelectual que gracias a Dios conservo. Entiendo que los cambios son necesarios, sobre todo cuando son razonables y justos, no cuando son impulsados por miserias morales.

Acabo de retornar de Brasil, con mi mujer tuvimos el honor de ser padrinos de boda de dos colegas que hace varios años se formaron en mi cátedra, al lado de la cama de hospital. A pesar de que todavía estaba convaleciente decidimos viajar, ellos nos enviaron los pasajes y con sus familiares nos dieron tantas muestras de afecto que
mi recuperación se aceleró, a la vez que comprobé que en San Pablo tenía otros dos hijos que me había dado la docencia hospitalaria. Cómo no estar agradecido a la profesión.

Hace tiempo decidí relatar algunos hechos y sucesos vividos a lo largo de mi carrera que revelan los claroscuros, cuando no la actitud miserable de algunos colegas que no identificaré porque varios ya no están y no tendrían la posibilidad de defenderse. No sería ético. Pero también dar testimonio que en estas miserias morales caen las instituciones, aunque tengo en claro que las decisiones institucionales son las decisiones de sus directivos, quienes a menudo llegaron a esa posición no por sus méritos o capacidad, por eso evitaré confundir la paja con el trigo.


Recuerdo que a los 29 años me desempeñé como secretario adjunto a la presidencia del congreso mundial de gastroenterología (Madrid, 1978), mi jefe era el presidente del congreso y, también recuerdo el comentario que me hizo el profesor Francisco Vilardell, entonces presidente de la Organización Mundial de Gastroenterología y a cargo de la docencia del Ministerio de Salud de España, acerca del profesor Bockus, quien había asistido al evento y, en los Estados Unidos a sus 80 años veía en consulta cinco pacientes por tarde.

Asimismo contaré una anécdota que he contado muchas veces, pero supongo que algunos la desconocen. Corrían los años 90, y el veterano doctor Marcos Meeroff, figura destacada de la medicina y la bioética, me pidió que lo llevase en mi auto a La Plata para conocer el COE (Centro Oncológico de Excelencia). Esa mañana nos recibió mi querido amigo José Alberto Mainetti, recientemente desaparecido. Nos mostró las instalaciones, charlamos en su despacho tomando café y, al cabo de un par de horas consideramos que ya debíamos irnos. José Alberto nos dijo por qué no nos quedábamos un rato, hasta que “el viejo termine de operar, así lo saludan”. Le pregunté qué estaba operando su padre, un ilustre cirujano de 80 años (maestro de René Favaloro): “un páncreas”… Nos disculpamos porque debíamos cumplir con la actividad hospitalaria donde fichábamos la hora de ingreso y de salida (Marcos era
jefe de departamento y yo jefe de servicio), y a la institución le preocupaba mucho más el cumplimiento estricto del horario que la eficiencia de los profesionales. En fin, a esta altura de mi vida, tengo la impresión que muchos equivocadamente coinciden con Platón en considerar a la vejez como una enfermedad permanente… Pero Oscar Wilde solía decir que el problema no es envejecer, pues, pensaba que lo terrible es sentirse joven. Coincido con el genio irlandés. Basta por hoy.

Por el Dr. Roberto M. Cataldi Amatrian

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